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Capítulo IV: «La Résistance» del Colegio Mayor

Capítulo IV: «La Résistance» del Colegio Mayor

Por Elisabet Palahí, administrativa en el Colegio Mayor Penyafort-Montserrat, en Barcelona

Vamos cerrando la serie de testimonios sobre el confinamiento… el curso acaba y comienza el verano. Hoy conocemos la convivencia en los colegios mayores desde un punto de vista muy especial. Su lectura ha sido una delicia, recordándonos los valores de integración, comunidad y solidaridad.

 

Elisabet Palahí, miembro del equipo del Penyafort-Montserrat


Soy administrativa y durante 30 años he desempeñado mis funciones básicamente en un despacho, siendo mi relación con los colegiales más virtual que presencial. Sin embargo, todo esto ha cambiado en las últimas semanas, ¡y mucho! De aquellos estudiantes que permanecieron en el centro desde la declaración del estado de alarma, reconozco que al principio apenas sabía sus nombres y aun menos los de los recién llegados de Siria, Irak y Congo, con la dificultad añadida de que solamente nos entendíamos en inglés.

Después del éxodo del primer fin de semana de confinamiento, tuve que convocar a los que por unas u otras causas quedaban en el colegio mayor para informarles de la situación, establecer una serie de medidas enfocadas a minimizar riesgos y organizarnos en las rutinas cotidianas. Se imponía el cierre de algunos servicios, como el piano, la capilla, los gimnasios, las aulas, el cine o el billar, y con ello empezaba la negociación… a la par que el acercamiento mutuo. Empezábamos a conocernos y a interactuar como grupo.

Unos discutían por mantener abierto el gimnasio; otros, por el piano; uno necesitaba poder orar en la capilla; otro la impresora 3D… Reunidos en la biblioteca y después de algunos “tira y afloja”, se alcanzaron unos acuerdos de mínimos a partir de los cuales cada ampliación por pequeña que fuera era recibida como un regalo por parte de los colegiales.

 

La Résistance del colegio mayor

Desde el Penyafort nos hicieron llegar unas camisetas con el logotipo del colegio. ¡Hacía tres días del confinamiento y parecía que lleváramos semanas! Fue un día especial. Todos sin excepción –residentes y trabajadores– nos pusimos la camiseta y con ella el sentimiento compartido de pertenencia a un tiempo y un lugar que nos unía pese a nuestras diferencias. Los colegiales, guiados por los responsables tuvieron el «privilegio» de hacer un tour por las zonas de servicio (taller, calderas, cocina…). Estaban entusiasmados. Después, ante el dibujo enmarcado de 1952, el jefe de mantenimiento les contaba la vieja historia del fantasma de la “resi”.

Me incluyeron en La Résistance su grupo de Whatsapp. Y aunque al principio compartía con ellos contenidos meramente informativos, más adelante, en aquellos días en que yo no iba a trabajar, les contactaba desde casa para comprobar que estaban bien. Había pasado de no saber sus nombres a preocuparme por ellos sabiendo que sus familias estaban lejos y queriéndoles transmitir que nos teníamos los unos a los otros.

A mediados de la primera semana dos chicos tuvieron fiebre. Durante los días que permanecieron recluidos en sus habitaciones, los otros colegiales se organizaron para subirles la comida. Mientras duraba su confinamiento otro chico celebró su 21 cumpleaños. El jefe de cocina le preparó un pastel sin velas, pues… estaba prohibido soplar.

Cumpleaños sin velas, pero no por ello sin muchos deseos para este año

No obstante, la mejor celebración fue la que ayer pude presenciar. A mediodía, algunos colegiales esperaban en el vestíbulo a que otros bajasen para ir al comedor. Bajando la escalera apareció el último colegial que había estado enfermo y salía por primera vez de su habitación. “¡¡Está curado!!”, gritaron. Corrí a ver la escena. Todos aplaudían…

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