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Sostenibilidad + Universidad, vínculos que suman

Sostenibilidad + Universidad, vínculos que suman

Sostenibilidad. Desde que en 2015 los Estados miembros de Naciones Unidas (ONU) aprobaran la Agenda 2030 para impulsar la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), este concepto ha ido cobrando fuerza en nuestras vidas por su capacidad para crear un sistema alternativo. Aun así, la sostenibilidad no es un término que haya surgido de forma repentina debido a las llamadas de socorro del planeta.

Tras más de 35 años incidiendo en la imperante necesidad de establecer nuevos patrones de consumo, que aseguren la continuidad y la subsistencia de los recursos que nos ofrece el planeta, nos enfrentamos al inmenso reto de transformar los modelos de producción y de generación de riquezas y empleo tal y como los conocemos. Y la Universidad, como institución de educación superior que históricamente ha jugado un papel decisivo en la generación y transmisión de conocimiento, debe ser su máximo exponente.

Gran parte del desarrollo económico y social está fundamentado en el conocimiento. Por ello, hoy más que nunca, esta tiene el deber de poner el conocimiento al servicio de la sociedad desde un enfoque que integre la responsabilidad social universitaria.

Una responsabilidad que debe ser concebida desde la asunción de su doble papel. Por un lado, deberá incorporar los ODS en su actividad sustantiva, es decir, “en su docencia y en su investigación, atrayendo el interés por formar e investigar sobre los ODS”. Mientras que por otro, debe ser “un agente transformador”, según el informe ‘Cómo evaluar los ODS en las Universidades’ de la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS).

Construir una Universidad que deja huella

En las últimas cumbres del clima se ha constatado que la universidad no solo tendrá el deber de cumplir con sus estándares habituales de calidad, sino que también deberá fomentar la igualdad de oportunidades, contribuir a la reducción de la “huella planetaria” y promover el uso responsable y sostenible de los recursos.

Una institución de educación superior sostenible es aquella que “apuesta por la optimización de recursos mediante la eficiencia y el ahorro en todos los procesos y niveles de actuación, con el consiguiente beneficio económico; respeta los elementos y valores medioambientales tanto ad intra como ad extra, reduciendo los residuos generados con su actividad; diseña itinerarios curriculares en todos los niveles formativos que incorporan la cultura derivada de la asunción de los objetivos de desarrollo sostenible (educación de calidad); consolida la cultura de la sostenibilidad en el cumplimiento de los derechos y obligaciones del PDI, PAS y alumnado; se involucra, como institución, mediante su implicación local, nacional e internacional, en los debates que versan y versarán, en pleno siglo XXI,  sobre los retos y desafíos, a nivel planetario, del desarrollo sostenible”. Así nos lo hizo saber David Vallespín, catedrático de Derecho e investigador de la Universidad de Barcelona y autor del artículoUniversidad y desarrollo sostenible’.

Es decir, “ser una Universidad 100% sostenible implica que ésta asuma e implemente, fruto de su plena concienciación, un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente, pero sin comprometer las de las generaciones futuras”, añade.

Para alcanzar esta meta, hay, por tanto, que analizar exhaustivamente las competencias promovidas por estas instituciones durante las últimas décadas, repensar el nivel de compromiso con la sociedad y reformular “el papel global en la creación de conocimiento, la transferencia de tecnología y la influencia institucional”, como indica la guía del Sustainable Development Solutions Network Australia/Pacific.

Es cierto que la magnitud del reto nos exige “cambiar tanto los contenidos como las formas en las actividades universitarias”. Por ello, la actuación en materia de sostenibilidad debe hacerse desde un enfoque integral que se sustente, según nos detalla el catedrático Vallespín, en cuatro grandes pilares.

En primer lugar, el económico que deberá vincularse “con medidas como el ahorro energético, la producción de energía mediante la instalación de placas solares, reducción del calentamiento y conducción térmica de las cubiertas, reforzamiento de los aislamientos térmicos, y el uso racional y responsable del agua”.

El social, por su lado, estará ligado a la “elección de empresas suministradoras en función de parámetros de producción ecológica y proximidad, o la creación de comandos verdes entre el alumnado dirigidos a alcanzar y consolidar hábitos saludables entre los integrantes de la comunidad universitaria”.

A su vez, el ambiental estará estrechamente ligado a iniciativas como “arborizar y enjardinar espacios comunes al aire libre, introducir especies vegetales adaptadas al clima local y erradicar aquellas otras con alto componente alérgico, recoger la biomasa producida, o reforzar el reciclaje”.

Y por último, el educativo consistirá en “fomentar los contenidos ambientales y de sostenibilidad en los planes de estudio, impulsar contenidos transversales sobre el medio ambiente, ecología, cambio climático e inclusión social en diferentes asignaturas, crear un laboratorio para impulsar proyectos relacionados con los ODS, o colaborar en campañas educativas para con la ciudadanía y su sensibilización climática”.

Resulta más que evidente que el primer paso hacia un nuevo y necesario concepto de educación superior, requiere que las Universidades asuman su propia sostenibilidad, por lo que:

“Solo cuando dichas instituciones sean capaces de interiorizar, en el día a día de sus actividades, la cultura de la sostenibilidad, estarán en condiciones de servir de ejemplo al resto de la ciudadanía”, explica el profesor de la Universidad de Barcelona.

Evaluando la universidad española

Nuestra geografía universitaria está viviendo una creciente predisposición para reformular sus estrategias en lo que a la implementación de líneas enfocadas en la sostenibilidad de sus organizaciones se refiere. Ahora, las Universidades saben que serán sostenibles o no serán; premisa que ya nos han confirmado muchas empresas. Y no por prestigio, moda u obligación, sino meramente por una cuestión de supervivencia económica y por las exigencias de una sociedad cada vez más concienciada.

Los datos confirman que ámbitos como Organización e Implicación y Sensibilización son los que cuentan con mejores puntuaciones, con una media que supera el 65%, según el informe del Grupo de trabajo de Evaluación de la Sostenibilidad Universitaria de la CRUE. A su vez, casi el 100% de las universidades tienen responsables en materia de medio ambiente y sostenibilidad.

Durante los últimos años, se ha producido un avance “muy significativo en políticas de gestión ambiental dirigidas por equipos rectorales” y, actualmente, “es difícil encontrar una universidad que no cuente con un vicerrectorado de sostenibilidad”, ha subrayado Manuel Pérez Mateos, Rector de la Universidad de Burgos y presidente de CRUE-Sostenibilidad Universidades Españolas.

Con respecto a la mejora del nivel de sostenibilidad ambiental en los planes de estudios y en actividades de investigación, las puntuaciones siguen siendo bajas, pero los esfuerzos realizados por la universidad española han visto sus frutos situándose por encima del 50% en los indicadores de Docencia e Investigación.

“No solo hemos avanzado en la implicación y sensibilización de los colectivos universitarios, sino también en la evaluación e investigación orientada a proponer soluciones a la agresión ambiental provocada por la actividad humana, en la transición energética y en el tratamiento del agua y el reciclado de residuos”, explica el presidente de CRUE-Sostenibilidad, para continuar añadiendo otros aspectos que no se consideraban no hace muchos años como “la movilidad y el urbanismo sostenibles, la compra verde, el comercio justo, la inclusión o la lucha contra la pobreza”.

Sin embargo, y a pesar de las continuas optimizaciones, todavía queda mucho por hacer. Estamos ante un desafío que exige un cambio en nuestros hábitos y estilos de vida, que nos obliga a repensar el mundo que nos rodea. Llegados a este punto, será la educación quien promueva y facilite el cambio de mentalidad que nos pide el planeta.

En consecuencia, “tenemos que acelerar la incorporación de los objetivos y competencias en desarrollo sostenible en los planes de estudio oficiales y en las enseñanzas de formación permanente”, así como incorporar al estudiantado “a la responsabilidad de la sostenibilidad universitaria”, subraya Pérez Mateos.

A este reto, se suma, según indica el Rector, el envejecimiento de las instalaciones universitarias y el “ingente patrimonio de edificios con valor histórico y artístico” que necesitan de una mejora de su eficiencia energética “para cumplir, cuanto antes, con la transición energética que tan retrasada está en nuestro país”.

Desgraciadamente y pese a los grandes esfuerzos realizados por la comunidad universitaria para ejecutar estas mejoras, “la actual infrafinanciación, coyuntural, de los centros universitarios públicos españoles hace que la Universidad”, pese a tener un notable nivel de concienciación, “todavía esté muy lejos de contar con los recursos adecuados para enfrentar, con garantías de éxito, su aplicación práctica”, ha indicado David Vallespín.

Algo en lo que, también, parece coincidir el presidente de CRUE-Sostenibilidad, Manuel Pérez. Este ha declarado que, aunque teóricamente la universidad española cuenta con las herramientas para ser universidades 100% sostenibles, “lo cierto es que el mayor déficit y necesidad del sistema universitario público español es la financiación en todos los ámbitos. Y la sostenibilidad no se escapa de esta escasez”.

A lo que Vallespín añade que “podría decirse que contamos con una Universidad concienciada, pero no financiada” para hacer frente a desafíos de tal envergadura. “Unos retos que, en ocasiones, se van enfrentando gracias al esfuerzo, voluntarismo e imaginación de su personal o equipo de gobierno; pero que, en otras muchas, necesita de una inversión económica con la que no se cuenta”.

¿Qué rol juegan los colegios mayores?

La necesidad de desarrollar e implementar políticas basadas en la sostenibilidad queda patente, pero alcanzar un modelo universitario 100% sostenible solo será posible reconociendo que cada organización que pertenezca a las instituciones de educación superior es un agente de cambio. Este es el caso de los colegios mayores.

Partiendo de la base de que la sostenibilidad es una responsabilidad de toda la ciudadanía, la Agenda 2030 debe ser la hoja de ruta de colectivos como los colegios mayores. Como expresaba el presidente de CRUE-Sostenibilidad, «el alumnado está poco involucrado en la implementación de los objetivos de desarrollo sostenible” y, obviamente, los colegios mayores son un activo esencial para “desarrollar campañas de sensibilización en sostenibilidad” así como iniciativas que involucren a colegiales y colegialas.

La experiencia nos dice que “cuando implicamos y damos responsabilidad a los jóvenes universitarios, su respuesta y su motivación para desarrollar acciones de todo tipo sobrepasa con creces al de otros colectivos universitarios”. Estamos, por tanto, ante una “responsabilidad añadida” de los equipos de dirección de los colegios mayores y, por supuesto, del gobierno de las universidades.

Por su lado, el catedrático David Vallespín ha hecho especial hincapié en el destacado papel que juegan y deben jugar los colegios mayores “en orden de posibilitar que las Universidades sean lugares afectivos y sociables”; elementos indispensables para alcanzar la meta de la sostenibilidad. Los colegios mayores tienen el deber de abrazar los ODS y no solo testimonialmente, sino también adoptando unos compromisos completos alcanzables que nos permitan construir, entre todos, una Universidad accesible y comprometida que permita cumplir con su función de “ascensor social”.

Si no apostamos por una universidad sostenible en todas sus vertientes -infraestructuras, investigación y docencia- las consecuencias serán altamente negativas. La universidad no solo está llamada a formar a las generaciones futuras en “aquellos contenidos, habilidades y competencias propias de cada disciplina”. En un mundo cada vez más globalizado, completamente inmerso en la carrera de la cuarta revolución industrial, es indispensable que las instituciones de enseñanza superior aboguen, por encima de todo, por una educación transversal que nos permita formar “ciudadanos libres, con espíritu crítico y comprometidos a nivel intergeneracional”, señala Vallespín.

En el punto en el que nos encontramos, no podemos permitirnos formaciones articuladas en compartimentos estanco. Necesitamos una gran apuesta por la interdisciplinariedad y transversalidad para fomentar y llevar a la práctica el cambio de mentalidad que la sociedad necesita. Es por eso que, lejos de más brindis al sol o declaraciones bienintencionadas, es hora de pasar en materia de sostenibilidad, como recalca David Vallespín, “de un ideal gratis de soñar a una realidad que no puede esperar más y que, por supuesto, requiere de una notable inversión económica».

 

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