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La era pos covid, ¿un nuevo modelo de Universidad?

La era pos covid, ¿un nuevo modelo de Universidad?

Se cumple un año desde la declaración del Estado de Alarma, doce meses en los que todas las esferas y ámbitos se han visto afectados por la pandemia. Nos preguntamos qué efectos ha tenido y tendrá para el sector universitario, qué impacto podría sufrir lo que hoy entendemos por ciudad universitaria y campus universitario, y qué consecuencias sociales y económicas traerá consigo un posible nuevo modelo. Los doctores Carles Carreras i Verdaguer y Sergi Martínez-Rigol, con una trayectoria ligada al estudio de la Universidad desde el punto de vista de la Geografía Urbana, ofrecen algunas claves.

La relación entre ciudad y universidad ha sido un tema sobre el que los autores de este texto, desde una perspectiva geográfica, han tenido especial interés. Ello se debe a que la ciudad y lo urbano han sido, a lo largo de los años, el objeto de estudio privilegiado. También, por una particular mezcla de funciones en la Universidad, que además de la docencia y la investigación, muchas veces ha comportado la gestión universitaria a diversos niveles, y por lo tanto la implicación con el devenir de la institución y con las relaciones de ésta con su entorno.

 

Por todo ello, recibimos con entusiasmo la propuesta para publicar unas reflexiones sobre cómo la pandemia podía haber trastocado el concepto de campus universitario. El entusiasmo inicial se fue convirtiendo con el paso de las horas en vértigo, conforme íbamos adquiriendo conciencia de la complejidad de la tarea y de lo crítico del momento, pues las universidades quizás se encuentren en una etapa crucial de su devenir, de la misma forma que también lo están las ciudades y lo urbano.

 

Como contexto general en relación a la aparición y difusión de la Covid-19, se podría señalar que ésta ha obligado a los gobiernos de prácticamente todo el mundo a tomar medidas para su contención. Medidas que han impactado directamente sobre los sistemas sanitarios, muchos de ellos exhaustos y en muchos momentos saturados. Pero también medidas que han afectado a la movilidad de las personas, ya sea a la movilidad cotidiana, como también a la movilidad por razones profesionales o de ocio, tanto de carácter interno en los territorios nacionales, como sobre todo de carácter internacional.

 

Y también han afectado a las posibilidades de interacción física, con medidas como la distancia social, el uso de mascarilla o la limitación del número de personas que se pueden reunir, entre otras. Además, en diversos momentos desde la aparición del virus, estas medidas han llegado al extremo de obligar al confinamiento domiciliario de la población. Así, la pandemia además de causar un número ingente de muertes y de sufrimiento, sin duda ha puesto en jaque el funcionamiento de la sociedad, del sistema económico (o al menos de algunos sectores hasta ahora sustanciales), de los territorios y de las ciudades, pues la movilidad de personas es uno de sus componentes básicos del funcionamiento de todos ellos.

 

Sirva como muestra la publicación por parte de Carles Carreras en el año 2001 de la monografía La universitat i la ciutat (Carreras, 2001), y en el año 2006, del texto titulado “La universidad en Barcelona. Más de cuatrocientos años de relaciones”, en forma de capítulo del libro editado por los geógrafos de la Universitat de Lleida, Carme Bellet y Joan Ganau (Bellet y Ganau, 2006), como resultado de la VIII Setmana d’Estudis Urbans en Lleida, que se realizó entre el 10 y el 14 de abril de 2000, bajo el lema: Ciudades universitarias y campus urbanos.

 

También el estudio realizado para la Universitat de Barcelona y la Universitat Politécnica de Catalunya sobre los efectos de la llegada del metro al Portal del Conocimiento, el área universitaria situada en la Diagonal de Barcelona (Carreras, Martínez-Rigol, 2000). Y también, en el marco de la tesis doctoral llevada a cabo por Sergi Martínez-Rigol, y defendida en el año 2000, sobre el proceso de gentrificación del barrio del Raval de Barcelona, y su relación con la instalación del campus de las Facultades de Geografía e Historia, y Filosofía, de la Universitat de Barcelona, junto con otras Instituciones de tipo cultural y educativas (Martínez-Rigol, 2000).

 

 

Algunas consideraciones previas

Lo que supone la aparición y difusión de la Covid-19, y las medidas adoptadas, define un nuevo marco en el que tanto el modelo de campus universitario, fundamentado en la idea de universidad presencial, como también las relaciones de éste con la ciudad y los territorios en los que se inserta, pueden adquirir un nuevo significado. Ante este nuevo escenario, y antes de abordar los retos que se generan, hay que hacer algunas consideraciones previas.

 

En primer lugar, es muy común caracterizar la situación generada por la pandemia como una oportunidad. Ésta parece que ha acelerado cambios que ya se venían dando, y que quizás, en una situación normal, la universidad habría tardado decenios en implementar. También se dice que la pandemia ha comportado cambios que han llegado para quedarse, cambios que han atendido a la urgencia del momento, pero que son de tipo estructural. Sin duda se abre un nuevo escenario, pero sobre el que no se debe perder una actitud crítica, pues esta fuerza externa, que algunos ven como inevitable e insalvable, que dirige el proceso de modernización de las universidades, también entraña peligros.

Esta fuerza externa, que algunos ven como inevitable e insalvable, que dirige el proceso de modernización de las universidades, también entraña peligros.

 

No se trata de hacer un análisis exhaustivo de los impactos generados por la pandemia ni un balance de las medidas adoptadas por las universidades. Diversos informes realizados por diferentes instituciones ya han analizado los efectos de la pandemia sobre el modelo presencial de las universidades y las soluciones de urgencia que se han aplicado para adaptarse a estos primeros impactos. Cabe destacar el informe elaborado por Naciones Unidas, para América Latina y el Caribe (Pedro, F. 2020), el informe del Grupo de Coimbra para un grupo reducido de universidades europeas (Coimbra Group, 2020), o el de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas para el sistema universitario español (CRUE, 2020). Ahora  se inicia una segunda etapa en este análisis, abordando la reflexión sobre cuáles de estos cambios deben permanecer, y que por lo tanto acabarán implementándose de forma estructural en las universidades y la transformarán, como también modificarán su relación con el territorio en el que se insertan.

 

La peste negra y la gripe española como antecedentes

Aquí se pretende trazar algunas líneas de qué cambios podría haber conllevado la pandemia y cómo podrían afectar a la evolución futura de los campus universitarios. Como cualquier otro ejercicio que pretenda avanzar el futuro, éste tiene también mucho de especulación, por lo que lo hace muy discutible. Está basado en el conocimiento parcial que se tiene de la realidad de los campus universitarios, lo que añade todavía mayor complejidad, dada la gran diversidad de realidades que se esconden detrás del concepto de campus universitario. No sólo por las diversas tipologías de universidad que existen, su carácter público o privado, sus dimensiones, o sus contextos institucionales y legislativos, sino también por la diversidad de contextos territoriales en los que se insertan, en particular, de ciudades, y los modos en los que lo hacen.

 

Ejercicio que resulta más complejo si cabe por no tener referentes cercanos de una situación como la actual, de la que poder extraer experiencias o enseñanzas. Es cierto que en algunos momentos a lo largo de la historia ya se ha dado un cierre de las aulas universitarias con carácter general y por un período largo de tiempo. Así, como puede verse referenciado en uno de los informes anteriormente citados, la epidemia de peste negra que asoló Gran Bretaña en 1665, obligó al cierre de las universidades. La curiosidad es que el cierre de la Universidad de Cambridge obligó a Isaac Newton a volver a su domicilio, y estando en el jardín vio caer la manzana que le impulsó a formular su teoría de la gravedad.

La curiosidad es que el cierre de la Universidad de Cambridge obligó a Isaac Newton a volver a su domicilio, y estando en el jardín vio caer la manzana que le impulsó a formular su teoría de la gravedad.

Más cercano en el tiempo y a nuestro contexto, señala el epidemiólogo de la UB Antoni Trilla qué durante la epidemia de gripe de 1918, la conocida como gripe española aunque no tuvo aquí su origen, mientras buena parte del continente europeo se batía en la primera de las guerras mundiales, las universidades españolas cerraron sus aulas (Trilla, 2008).

 

Ni guerras, ni protestas, ni crisis económicas han comportado el cierre de las aulas por un período tan largo de tiempo ni con la difusión con la que se ha dado esta vez, pues el cierre, en el caso español, ha afectado a todo el sistema universitario.

 

Algunas de las diferencias con aquel momento, y que quizás contribuyen a la excepcionalidad del actual, es que entonces no había posibilidades de encontrar alternativas a la docencia presencial, ni la relevancia de las universidades en la sociedad era la misma que ahora. Entonces las universidades eran elitistas, y a sus aulas asistían sólo algunos millares de estudiantes, básicamente hombres. Hoy, el impacto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, así como el proceso de democratización de la universidad vivido a partir de finales del siglo pasado, y el papel de la universidad y de lo urbano en el sistema económico, marcan un contexto diferente y a la vez, crítico para el devenir de la universidad.

 

 

Universidad y ciudad: simbiosis multiplicadora

Las ciudades europeas han tenido a lo largo de la historia un modelo de universidad urbana, por su implantación, en la ciudad, y también por su función. Incluso la aparición del modelo periférico de universidad, ya en la época contemporánea y que en España se da a partir de finales de los años sesenta con la creación de las ciudades universitarias en Cantoblanco, Bellaterra y Lejona, se podría afirmar que es plenamente urbano, pues se integraba completamente en las dinámicas urbanizadoras, económicas, sociales y culturales de lo urbano.

 

Los campus universitarios se constituyen como polos de atracción, de concentración y aglomeración, adquiriendo funciones de centralidad, que generan un impacto muy importante sobre su entorno territorial a partir de procesos de difusión, con relaciones simbióticas con las ciudades que las acogen y efectos multiplicadores sobre estas ciudades y los territorios circundantes. Estas relaciones simbióticas, cuando se dan, refuerzan a ambos, pues generan tanto el desarrollo de las ciudades motivado por las universidades, como también el desarrollo de las universidades motivados por su entorno urbano, en una espacie de círculo virtuoso, como se ha mostrado, desde una aproximación histórica, para el caso de la ciudad de Barcelona y la Universitat de Barcelona (Carreras, 2001; 2006).

Los campus universitarios se constituyen como polos de atracción, de concentración y aglomeración, adquiriendo funciones de centralidad, que generan un impacto muy importante sobre su entorno territorial.

 

La universidad tiene una clara componente de polo de atracción de población. Las universidades generan flujos de movilidad cotidianos de estudiantes, personal docente e investigador y personal de administración y servicios, con su entorno más cercano. También generan flujos migratorios a escala regional e internacional, temporales y permanentes, que incluso pueden contribuir al brain drain, es decir, a los procesos de vaciamiento de las áreas emisoras de talento y de personas más cualificadas, que emigran hacia estos polos universitarios. El sistema universitario norteamericano, por ejemplo, ha tenido tradicionalmente esta característica.

 

Pero, por otro lado, y no menos importante, las universidades también funcionan como polo de atracción de capital económico, de información y conocimiento, y de empresas. Las universidades consiguen importantes cantidades de dinero anualmente en convocatorias públicas y privadas para financiar proyectos de investigación, de docencia o de movilidad. Además, las universidades crean parques tecnológicos o científicos, atrayendo a múltiples empresas que buscan esta conexión con la universidad y la investigación, como fórmula para mejorar su competitividad.

 

En todos los casos, se da un efecto multiplicador, pues la universidad acostumbra a devolver más de lo invertido, como generalmente expresan las tablas input-output. Diversos informes y estudios lo ponen de relieve, como el realizado para las 23 universidades que forman parte de la League of European Research Universities (LERU) señalando que, para el año 2016, estas universidades por cada euro recibido generaban un impacto de 7 euros en el Valor Añadido Bruto (VAB) de la economía europea, y por cada persona contratada directamente, se generaban 6 empleos.

La universidad acostumbra a devolver más de lo invertido, como generalmente expresan las tablas input-output.

 

Esta misma relación era, para el caso de la Universitat de Barcelona, de 6,42 euros de impacto en el VAB por cada euro recibido, y 5,23 empleos creados por cada persona contratada (BIGGAR Economics, 2017). O también el informe realizado por la Asociación Catalana de Universidades Públicas (ACUP), según el cual, para el año 2011, el impacto de las universidades públicas en Cataluña, medido a partir de los beneficios directos e indirectos que generabans, se situaban en torno al 0,6% del PIB (ACUP, 2011).

 

Además, el papel de las universidades como “fábrica” de capital humano cualificado que impacta en su entorno más inmediato, así como su papel en la producción de conocimiento científico a través de la investigación, y la transferencia de este conocimiento contribuyendo a la innovación y al desarrollo económico, entre otros impactos, sitúan a las universidades como un agente imprescindible para el funcionamiento del sistema económico y en especial para la circulación y acumulación del capital.

 

Urbanismo y universidad

Pero más allá de lo económico, las universidades también adquieren un papel destacado en el desarrollo social y cultural de las ciudades y los territorios, desde su rol como ascensor social, hasta cuestiones más concretas relacionadas con la inclusión o la cooperación, y las no menos importantes de identidad, de ciudadanía y en general, la trasmisión de valores. El programa de movilidad de estudiantes europeo conocido como Erasmus, en el que han participado millones de estudiantes desde su creación en el año 1987, es un buen ejemplo por el rol que ha jugado en el fomento de la cohesión social y la creación de una conciencia ciudadana europea (European Union, 2019). Un impacto similar, aunque de menores dimensiones, puede haber tenido programas parecidos a escala nacional (como el SICUE en España) o regional (como el programa de movilidad DRAC, entre las universidades que forman parte de la red universitaria Xarxa Vives, aunque se trata de una movilidad de corta estancia).

 

La relación entre universidad y ciudad también puede ser visible a través del impacto de los campus universitarios sobre el mercado del suelo, el mercado de la vivienda, y su rol en los procesos de urbanización. Tanto las universidades periféricas que han generado procesos de urbanización de su entorno, como también, y muy especialmente en estos últimos decenios, los campus situados en el centro de la ciudad, han ayudado a  procesos de rehabilitación y renovación urbana.

 

Así, la universidad ha sido en algunos lugares un agente activo en los procesos de gentrificación, en el caso europeo apoyado en algunos lugares por la movilidad de estudiantes generada a partir del programa Erasmus. En este sentido, también es destacable como el sector inmobiliario de las residencias de estudiantes se ha convertido, en estos últimos años, en un nicho para los fondos de inversión y el capital financiero. Impactan los campus universitarios también sobre la movilidad y los sistemas de transporte, sobre el proceso de internacionalización de las ciudades, o sobre la estructura comercial, entre otras muchas consecuencias. De aquí que las alianzas entre la administración local y las universidades sea una fórmula para buscar sinergias.

Es destacable como el sector inmobiliario de las residencias de estudiantes se ha convertido, en estos últimos años, en un nicho para los fondos de inversión y el capital financiero.

 

Las universidades y el desarrollo de campus universitarios también juegan un papel en los procesos de gentrificación de los espacios. Foto de Levent Simsek en Pexels

En este sentido se comprenden experiencias como la Declaración de Poitiers, impulsada por el Grupo de Coimbra en el año 2016, e inspirada en el Protocolo de Pavia firmado por la Asociación Nacional Italiana de Municipios y la Conferencia de Rectores de las Universidades Italianas en septiembre del 2015, y al que se han ido incorporando alcaldes y rectores para reforzar estas relaciones simbióticas entre las universidades y las ciudades. En él se recogen acciones para favorecer la educación ciudadana a través del conocimiento y la cultura, la transferencia de la innovación científica al entorno socioeconómico local y la política urbana para la integración de los campus universitarios en las ciudades.

 

Impacto COVID en el ámbito universitario

A raíz de la pandemia y las medidas adoptadas por las autoridades, ha sido el modelo presencial de universidad el que se ha visto comprometido, y sobre todo su función docente. La pandemia ha supuesto el cierre de los campus universitarios y el vaciamiento de los edificios, incluyendo aulas, despachos, laboratorios, bibliotecas, e incluso también colegios mayores y residencias de estudiantes. Periodos de confinamiento se han combinado con periodos en los que se ha dado una cierta relajación de las medidas, lo que ha comportado poder retomar algunas de las actividades.

 

Fotografía de clase vacía (Pexels)

 

La gestión universitaria durante este tiempo se ha hecho virtual, y buena parte del personal de administración y servicios ha tenido que trabajar desde sus domicilios. La docencia presencial también se ha reconvertido a docencia en línea, o a lo sumo utilizando modelos híbridos bajo fórmulas muy diversas. También las prácticas académicas externas se han reconvertido, durante los momentos de confinamiento, de un modelo presencial a uno virtual. Las presentaciones de Trabajos Final de Grado, Trabajos Final de Máster y las defensas de tesis doctorales también se han realizado en entornos virtuales. La investigación, en cambio, sobre todo aquella que requiere espacios e infraestructuras específicos (laboratorios, archivos, campo, …) no ha encontrado fórmulas alternativas. Ha sido posible trasladar el despacho, el lugar de trabajo o el aula a los espacios domésticos, pero en general, no los laboratorios.

Ha sido posible trasladar el despacho, el lugar de trabajo o el aula a los espacios domésticos, pero en general, no los laboratorios.

 

Esta transformación se ha llevado a cabo, en muchos casos, con importantes déficits de infraestructura y con una parte del personal sin los suficientes conocimientos y competencias para asumir este reto. Rápidamente se han tenido que elaborar planes de contingencia, equipar aulas, dotar de ordenadores portátiles, adquirir plataformas para la docencia en línea y complementos para asegurar la evaluación. Todo ello con unos programas formativos que no estaban pensados para ser impartidos en línea, por lo que también ha sido necesario un reajuste metodológico.

 

Tampoco los estudiantes estaban preparados para ello, por lo que ha sido necesario poner en marcha programas para superar la brecha digital o acompañarlos psicológicamente. Aun así, la respuesta de las universidades a los impactos de la pandemia ha sido inmediata, y a pesar del cierre generalizado de los campus, se han puesto todos los medios para mantener la actividad, con el objetivo de no dejar ningún estudiante atrás (en el contexto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible).

 

La proyección hacia el futuro de esta virtualización genera interrogantes. ¿Se puede deducir de ello que el futuro de la universidad presencial está comprometido? ¿Podemos imaginar el vaciamiento casi total de los campus en un futuro próximo? ¿Y qué implicaría todo ello? Parece poco probable. Hace algún tiempo también se especulaba con el fin de la ciudad, pues las nuevas tecnologías ya no harían necesario el contacto presencial, el cara a cara, por lo que el trabajo, y la ciudad como concentración, se difuminaría en el territorio. Pero a pesar de que sea poco probable, sí se pueden vislumbrar algunas tendencias.

 

Los programas formativos sufrirán, como mínimo, un proceso de hibridación, con un uso más intensivo de plataformas virtuales y de las tecnologías que permiten sesiones virtuales sincrónicas y asincrónicas. Ello plantea dudas en relación a las metodologías docentes o a las posibilidades de participación e interacción con el estudiantado, o incluso dudas en relación a las posibilidades y privacidad de los procesos de evaluación virtuales.Pero sin duda, esta hibridación conllevará una disminución de la movilidad y, por lo tanto, una reducción de la asistencia de profesorado y estudiantado a las instalaciones universitarias.

Los programas formativos sufrirán, como mínimo, un proceso de hibridación, con un uso más intensivo de plataformas virtuales y de las tecnologías que permiten sesiones virtuales sincrónicas y asincrónicas.

Los efectos ya se han dejado notar, por ejemplo, sobre la movilidad internacional. La pandemia ha frenado los programas de movilidad internacional, y también ha tocado de lleno a aquellos modelos universitarios basados en la atracción de estudiantes internacionales, como por ejemplo el caso de las universidades de Estados Unidos o de Gran Bretaña, esta última, además afectada por el Brexit.

 

Estudiar en una universidad extranjera desde casa

En el caso europeo, donde el programa Erasmus está plenamente arraigado, el confinamiento obligó a la repatriación de millares de estudiantes. Las universidades tuvieron que poner en marcha planes para ayudar económicamente a los estudiantes y asegurar la finalización de su semestre. Ello ha conllevado un cierto cuestionamiento de la movilidad como única forma de internacionalización.

 

Así, en algunos casos, se reclama que los fondos originalmente destinados a la movilidad física podrían redirigirse a otros usos, como el desarrollo de estrategias e iniciativas de «internacionalización en casa» dentro y entre instituciones, o el desarrollo de proyectos de cooperación de todo tipo para ayudar a la implementación de metodologías de enseñanza y aprendizaje en línea, de sistemas de evaluación y de sistemas de garantía de calidad. Ello conllevaría la inversión en el equipo tecnológico necesario para mantener plataformas sólidas y fiables para la enseñanza y el aprendizaje en línea. Parece que el futuro próximo de la movilidad Erasmus se encamina hacia una combinación de movilidad física y movilidad virtual.

Parece que el futuro próximo de la movilidad Erasmus se encamina hacia una combinación de movilidad física y movilidad virtual.

 

También se puede entrever la generalización del teletrabajo, con afectación a todo el personal, docente y no docente, aunque algunas funciones no se puedan realizar desde la distancia, como controlar el acceso a los edificios, dar información o limpiar (al menos, por ahora). Pero no es descabellado pensar en una disminución de la asistencia al lugar de trabajo, con las consecuencias que ello conlleva en la reducción de la movilidad, en el requerimiento de la cantidad de espacio para el trabajo en los edificios universitarios, así como la tipología de espacios, o la reducción del consumo energético o del gasto de servicios como la limpieza. Pero ello también comporta el aumento del uso de plataformas virtuales y aplicativos para la comunicación y la digitalización de la gestión, además de la necesaria regulación y adecuación del espacio doméstico y del tiempo de trabajo

 

La reducción de la presencialidad del personal y el estudiantado podría tener, sin duda, un impacto importante sobre el papel de la universidad como polo de atracción de población y como generador de actividad económica en su entorno. Ello disminuiría la capacidad de retorno a la sociedad anteriormente señalada, en términos económicos. Cabe tener en cuenta que el argumento del retorno a la sociedad ha sido uno de los más utilizados para combatir los recortes presupuestarios que han asolado a la universidad pública en los últimos decenios.

 

La universidad como espacio de socialización en juego

La reducción de la presencialidad puede tener efectos también sobre otros aspectos relacionados con el estudiantado. Su formación pasa no sólo por la asistencia a las aulas o los laboratorios, también por su interrelación con los compañeros y el profesorado en los pasillos, el bar, la biblioteca o los jardines. Estos espacios se constituyen en espacios de socialización, en los que expresar, intercambiar y compartir, además de conocimientos, también emociones y sentimientos. La formación pasa también por la participación en organizaciones sindicales, por la representación en órganos universitarios, por la participación en actividades lúdicas y deportivas o en asociaciones estudiantiles.

 

Es a través de esta presencialidad y de estas relaciones que se crean vínculos entre el estudiantado, creando sentimiento de pertenencia a un grupo, a un equipo, una clase, una cohorte, a una facultad y a una universidad. Incluso en algunos casos, cuando la vida universitaria implica la emancipación del hogar familiar, estos mismos procesos de aprendizaje y de creación de vínculos se dan a través del piso compartido, la residencia universitaria o el colegio mayor.

 

Todo ello contribuye al proceso de crecimiento y de formación, que incluye también la transmisión y consolidación de valores, aspectos esenciales porque este estudiantado no sólo son los profesionales del futuro, son los ciudadanos del futuro. Parece difícil que todo ello se dé sin o con escasa presencialidad. En este sentido, durante la suspensión de clases que ha comportado la pandemia se ha señalado que los más perjudicados eran el estudiantado de primer y último curso. Los primeros por no poder vivir la universidad. Los últimos por las dificultades en la finalización de los estudios y la transición hacia el mundo laboral.

 

Esta reducción de la presencialidad parece que haya afectado menos a la investigación, como ya se ha señalado. Es más, se podría decir que la pandemia parece que haya aumentado la fe en la ciencia y el conocimiento para la búsqueda de soluciones. El papel de la investigación y la transferencia se han visto reforzados, y, por ejemplo, los nombres de algunas universidades aparecen en muchos de los proyectos que deben recibir financiación europea en el marco de los fondos Next Generation EU. Aunque bien es cierto que pueda ser discutible a qué intereses sirve esta investigación y la transferencia, y que esté más orientada a conseguir el mayor número de artículos en revistas de impacto o patentes registradas, que en hacer un mundo mejor y más justo.

 

 

Los peligros que entraña la digitalización de la universidad

Así pues, la virtualización y la digitalización se viene planteando como condición necesaria para la modernización de las universidades (y en general de la sociedad), como un nuevo paradigma (el de la transformación digital), que sin duda abre nuevas oportunidades, pero también importantes peligros que pueden poner en el ojo del huracán a la docencia. Y más en un sector, el de la educación superior, en el que estos últimos años estamos asistiendo a un goteo constante de nuevas universidades, algunas, quizás, de dudosa consistencia y que son más un modelo de negocio, incluso cotizando en los mercados bursátiles, que un agente al servicio del interés general de la sociedad.

 

Estos peligros se concretan, por ejemplo, en la existencia de cursos enlatados que se pueden ir reproduciendo un año tras otro, con la consiguiente banalización del conocimiento, de la docencia, y la precarización del profesorado. Cursos y programas formativos cuya única finalidad es expedir títulos y aumentar los beneficios económicos. También en la creación de un mercado de exámenes y trabajos, incluso de suplantación de identidad para realizarlos, lo que sin duda contribuye al descrédito de universidades y programas formativos. O incluso, y este es un peligro muy real, que una parte importante del presupuesto se deba dedicar a la adquisición, mantenimiento y mejora de estas plataformas, siempre en manos de conglomerados empresariales.

Estos peligros se concretan, por ejemplo, en la existencia de cursos enlatados que se pueden ir reproduciendo un año tras otro, con la consiguiente banalización del conocimiento, de la docencia, y la precarización del profesorado.

 

Las posibilidades y los límites de la docencia, y de las metodologías que se utilizan, acaban siendo también aquellos que establecen las plataformas educativas, en manos de grandes conglomerados tecnológicos que las desarrollan, de la misma forma que la evaluación de los resultados de la investigación ha acabado en manos de los conglomerados editoriales de las revistas científicas. Peligros que no refuerzan la misión docente y formativa de las universidades, que puede quedar supeditada a las posibilidades de lo virtual. Se requiere, pues, una reivindicación y una clara apuesta por la presencialidad, sin dejar de lado las oportunidades que comporta la virtualización, sobre todo para la inclusión y la igualdad de oportunidades.

 

Los cambios que se acaben consolidando a raíz de la pandemia no deberían poner en peligro ni el modelo presencial de universidad, ni las relaciones simbióticas de ésta con su entorno. Todo ello, para continuar atendiendo a los objetivos que debe tener, y para definirlos todavía pueden servir las palabras del arquitecto italiano Francesco Indovina:

 

La universidad que necesitamos es una universidad como laboratorio permanente de innovación y de formación, centrada en el interés de la totalidad de la sociedad, atenta a valores históricos y ambientales, caracterizada por una fuerte tensión democrática y de justicia social, capaz de medir los beneficios de los resultados de la investigación en términos de ventajas colectivas (para todos). Su gestión democrática se convierte en fundamental para garantizar estos objetivos (Indovina, 2006).

 

 

Bibliografía citada.

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