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Acceso a la Universidad. ¿Hasta qué punto es posible hacer predicciones?

Acceso a la Universidad. ¿Hasta qué punto es posible hacer predicciones?

Una vez concluidas las pruebas de la EBAU, enmarcadas en un curso académico marcado por la coyuntura de la pandemia nos preguntamos cómo se dibuja a corto plazo el acceso a la Universidad. ¿Tendrá impacto la crisis de la Covid-19? ¿Cuáles son las principales variables socioeconómicas que determinarán la entrada de los jóvenes a la educación superior? ¿Podrá la internacionalización de la Universidad española tener un impacto positivo en el número de egresados?
Vera Sacristán, directora del Observatorio del Sistema Universitario (Barcelona), reflexiona sobre estas y otras cuestiones clave para entender el acceso a la Universidad en los próximos años.

Hace un siglo, la población española tenía uno de los niveles educativos más bajos de Europa. Desde finales de los años 50 del siglo pasado, a la vez que se modernizaba, el país ha vivido un impresionante aumento de los niveles de formación de su ciudadanía. Este cambio se refleja en el gráfico siguiente, que permite constatar la ingente diferencia de niveles educativos alcanzados por las distintas cohortes de edad de la población española actual.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del INE y el SIIU

 

Naturalmente, esta rápida expansión educativa ha afectado también a los estudios universitarios: entre los años 1960 y 2000, el número de estudiantes en las universidades españolas creció exponencialmente, pues se duplicó cada década. Sin embargo, desde el cambio de siglo su comportamiento ha sido más oscilante, tal como puede observarse en el gráfico siguiente.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos de Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez, Educación superior y futuro de España, Fundación Santillana, 2001 y del Sistema Integrado de Información Universitaria (SIIU).

Para entender las causas que puedan explicar esta evolución, conviene comenzar comprobando hasta qué punto la evolución demográfica ha condicionado el acceso a la universidad. El gráfico siguiente muestra la evolución del número de personas matriculadas en las universidades españolas, como porcentaje de la población de 18 a 24 años de edad. Aunque no es un indicador exacto –porque en la universidad se matricula también una pequeña cantidad de personas de edades superiores, así como de estudiantes no residentes–, este indicador es una buena aproximación a la tasa de matriculación de la población en edad universitaria.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del INE y el SIIU.

Como puede comprobarse, las tendencias observadas en el número de estudiantes se ven amortiguadas en el segundo gráfico, pero no desaparecen. Es más: los grandes hitos en los que las tendencias varían de signo son exactamente los mismos. Vale, pues, la pena analizarlos con más detenimiento.

 

Hasta el cambio de siglo, la proporción de población joven que estudia en la universidad aumenta de forma sostenida, pasando del 10,9 % en 1970 al 36,2 % en el año 2000. En el período 2000-2008 se produce una gran ralentización del acceso a la universidad en términos relativos a la población (y una caída en términos absolutos). Este período coincide con los años de mayor bonanza económica del país, durante los cuales el coste de oportunidad de estudiar fue más desfavorable, pues era posible encontrar trabajo más o menos bien remunerado con mayor facilidad. La crisis financiera, con su subsiguiente aumento del desempleo y de la precarización del trabajo, favoreció de nuevo el acceso a la enseñanza universitaria, produciéndose un incremento muy rápido de matriculaciones en las universidades, tanto en términos absolutos (+150.087 estudiantes) como relativos a la población joven (+7,7 puntos porcentuales). Este crecimiento se truncó en 2011-12.

Las causas más probables de este cambio podrían ser al menos dos: el notable y repentino incremento de los precios de las matrículas en las universidades públicas y la mejora de la situación económica y las perspectivas laborales.

 

Desde entonces, la proporción de población joven que estudia en la universidad parece haberse estancado, en lo que constituye sin duda un cambio de tendencia calificable de histórico. A falta de estudios que analicen a fondo la cuestión y puedan llegar a conclusiones definitivas, todo indica que las causas más probables de este cambio podrían ser al menos dos: el notable y repentino incremento de los precios de las matrículas en las universidades públicas y la mejora de la situación económica y las perspectivas laborales.

 

Un factor a tener en cuenta al analizar estos datos es la distribución de estudiantes entre universidades presenciales y universidades a distancia. Como se observa en el gráfico siguiente, la proporción del estudiantado matriculado en universidades a distancia en España no es despreciable.

 

Fuente: elaboración propia, a partir de los datos del SIIU.

Este hecho resulta relevante por cuanto las edades de estos dos colectivos son muy distintas, tal como se refleja en los gráficos siguientes.

 

Fuente: elaboración propia, a partir de los datos del SIIU

 

Sin embargo, ello no afecta de forma significativa las conclusiones que hemos expuesto sobre la evolución del estudiantado universitario en España pues, al analizar la población joven que estudia en las universidades presenciales (véase el gráfico siguiente), se constata una evolución muy semejante, con idénticos hitos.

 

Fuente: elaboración propia, a partir de los datos del INE y del SIIU.

 

A la luz de estos datos, ¿se puede afirmar que España ha alcanzado un techo educativo?

Diversos factores nos hacen creer lo contrario, esto es, que todavía faltan estudiantes universitarios en España. De hecho, así lo enuncia el documento estratégico España 2050. Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo, elaborado por la Oficina de Prospectiva y Estrategia a Largo Plazo del Gobierno de España, cuando afirma que:

 

“España tendrá que aumentar su porcentaje de población con titulación universitaria, pasando del 26% actual a un 38% en 2050. Si tenemos en cuenta la contracción demográfica que afectará a las cohortes más jóvenes en los próximos años, en términos absolutos, esto significará pasar del millón de estudiantes universitarios (16 – 24 años) que tenemos hoy a unos 1.100.000 en 2030 y a 900.000 en 2040 y 2050.”

 

Por su parte, el Grupo de investigación Estudios Población y Sociedad de la UNED en su estudio Los universitarios en España. Estudio sociodemográfico de su demanda futura (2030-2035) afirma que

 

“En los próximos 15 años las universidades verán crecer su estudiantado entre un 27% y un 31%”.

 

Podría pensarse que este tipo de afirmaciones constituyen muestras de wishful thinking, pero hay motivos para creer que no es así. Veamos algunos.

 

En primer lugar, las proyecciones demográficas para los próximos años indican que la población residente de entre 18 y 24 años de edad seguirá creciendo a lo largo de la década (véase el gráfico siguiente). De acuerdo con las estimaciones de Instituto Nacional de Estadística, pasaría de los algo más de 3,3 millones actuales a superar de largo los 3,7 millones en 2030.

 

Posteriormente, el INE estima una disminución que devolvería a las cifras actuales en 2040, para posteriormente estancarse algo por encima de los 3 millones.

 

Fuente: elaboración propia, a partir de los datos del INE.

Ahora bien, como ya hemos constatado, la evolución del acceso a la universidad no depende solamente de la demografía, sino que se ve afectado por otros factores, de carácter cultural, social y laboral.

 

En particular, aunque el acceso a los estudios universitarios se ha extendido notablemente, no lo ha hecho del mismo modo en todas las clases sociales, por lo que todavía queda mucho trecho por recorrer en cuanto a la equidad social en dicho acceso.

 

El gráfico siguiente muestra las diferencias entre los padres del estudiantado universitario y su población de referencia, esto es, los varones de entre 40 y 60 años de edad (padres potenciales de estudiantes de universidad), en términos de las ocupaciones laborales de unos y otros. Los datos reflejan que entre el estudiantado universitario se da una destacada sobrerrepresentación de hijas e hijos de profesionales así como, en menor medida, de altos cargos, empleados de oficina y trabajadores de servicios, junto con una tremenda infrarrepresentación de hijas e hijos de trabajadores manuales.

Aunque el acceso a los estudios universitarios se ha extendido notablemente, no lo ha hecho del mismo modo en todas las clases sociales, por lo que todavía queda mucho trecho por recorrer en cuanto a la equidad social en dicho acceso.

 

Fuente: A. Ariño y R. Llopis Goig (coords.), ¿Universidad sin clases? Condiciones de vida de los estudiantes universitarios en España (Eurostudent IV): 2011 , Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2011.

 

La misma comparación, pero en este caso referida al nivel de estudios (véase el gráfico siguiente) confirma la inequidad del acceso a los estudios universitarios, pues muestra una más que notable sobrerrepresentación de hijos de universitarios, frente a una infrarrepresentación de hijos de padres con estudios hasta obligatorios o, incluso, con estudios secundarios postobligatorios.

 

Fuente: A. Ariño y R. Llopis Goig (coords.), ¿Universidad sin clases? Condiciones de vida de los estudiantes universitarios en España (Eurostudent IV): 2011, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2011.

 

Desgraciadamente, para vergüenza de nuestro país, España lleva años sin participar en el proyecto Eurostudent, que analiza las condiciones sociales y económicas de vida del estudiantado de 28 países europeos. Por este motivo no se dispone de datos de las oleadas de Eurostudent posteriores a la que muestran los dos gráficos anteriores.

 

Sin embargo, los datos del gráfico siguiente permiten comparar las ocupaciones de los padres de la población (de entre 29 y 59 años) con estudios superiores, con las ocupaciones del conjunto de la población de las mismas edades, el año 2019. El resultado confirma que, casi 10 años más tarde, se sigue reflejando una sobrerrepresentación de padres con ocupaciones de niveles altos entre la población con estudios superiores, aunque hay que tener en cuenta la inercia inducida por la edad de la población analizada, ya que no se trata del estudiantado universitario sino de la población de hasta 59 años con estudios superiores.

España lleva años sin participar en el proyecto Eurostudent, que analiza las condiciones sociales y económicas de vida del estudiantado de 28 países europeos.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del INE.

 

El único dato reciente que hemos podido encontrar relativo a la población estudiantil se restringe al ámbito territorial de Cataluña. El gráfico siguiente muestra la tasa (porcentaje de población joven) de acceso a la universidad, en función del nivel de estudios de los progenitores. Se refiere al año 2017 y pone de manifiesto un sesgo social muy llamativo.

 

Fuente: A. Sánchez-Gelabert, H. Troiano, M. Elias, D. Torrents y L. Daza, ¿Quién estudia en la universidad? Análisis de 15 años de evolución del acceso a la universidad pública en Cataluña (2002-2017), Observatorio del Sistema Universitario, 2019.

En conclusión, pues, todos los datos indican que todavía no está accediendo a la universidad una proporción equitativa de hijos e hijas de las clases más populares, y sería de esperar –y, ciertamente, deseable– que esta tendencia fuera corrigiéndose en el futuro, tanto por motivos de equidad social como porque un país no debería permitirse perder una parte de su talento por motivos socioeconómicos.

 

Algo parecido puede y debería ocurrir con los hijos e hijas de la inmigración. Los estudios universitarios no suelen nutrirse de inmigrantes de primera generación, recién llegados al país. Sin embargo, el caso de los inmigrantes de segunda generación es muy distinto. Así pues, es de prever una progresiva incorporación a la universidad española de este colectivo, incluyendo a quienes llegaron a España siendo niños de corta edad.

 

Un tercer aspecto a considerar a la hora de valorar la posible evolución de la matrícula universitaria es la internacionalización de los estudios. Como se verá a continuación, este aspecto es menos claro que los anteriores.

Todavía no está accediendo a la universidad una proporción equitativa de hijos e hijas de las clases más populares, y sería de esperar –y, ciertamente, deseable– que esta tendencia fuera corrigiéndose en el futuro.

Es de prever una progresiva incorporación a la universidad española de los inmigrantes de segunda generación.

 

El gráfico siguiente muestra el porcentaje de estudiantes universitarios extranjeros (no residentes) que acceden a las universidades españolas en sus tres niveles de estudios oficiales –grado, máster universitario y doctorado– en comparación con los porcentajes promedio de la OCDE y la UE23 (esto es, los países de la UE que también forman parte de la OCDE).

 

Fuente: elaboración propia a partir de Education at a Glance, OCDE.

 

Los datos ponen de manifiesto que en las universidades españolas hay espacio para una mayor incorporación de estudiantes extranjeros en grado, donde no sólo la proporción de estudiantes internacionales es baja, sino que cualquier incremento porcentual, por pequeño que sea, comporta un gran incremento en términos absolutos, dadas las dimensiones de estos estudios. Sin embargo, este no suele ser el nivel de estudios asociado a mayor movilidad: lo suelen ser el máster, donde no parece haber mucho margen para la mejora, y el doctorado, donde se podría producir una mejora apreciable si se diera una mayor dotación económica de contratos predoctorales, pero en ningún caso ello podría representar grandes cifras absolutas, dadas las dimensiones que el doctorado puede y debe alcanzar.

 

Otra parte de la movilidad estudiantil es temporal, y se produce en estancias más o menos cortas –de un semestre o de un curso académico– a través de programas de intercambio, el principal de los cuales es el europeo Erasmus+. En este sentido, España no puede esperar grandes incrementos (si no es porque el programa reciba un impulso ulterior que lo extienda a una mayor proporción del conjunto del estudiantado europeo), pues es, con diferencia, el país que más estudiantes recibe anualmente, tal como recoge el gráfico siguiente.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del programa Erasmus+.

 

Esto indicaría que no puede preverse un gran incremento de movilidad por este lado. Otra cosa es la posibilidad de captar un mayor número de estudiantes de habla hispana, provenientes de las américas. Sin embargo, dos factores constituyen un freno a esta posibilidad. El primero, y más evidente, es su coste, tanto económico (pues los desplazamientos son substancialmente más caros) como personal (pues la distancia comporta alejamientos familiares más prolongados). Pero quizás el elemento más relevante es la influencia del sistema universitario de los Estados Unidos sobre todo el ámbito panamericano, que lo hace más cercano a pesar de las diferencias lingüísticas.

 

Para acabar de completar el cúmulo de incertidumbres sobre la movilidad, está también la imprevisibilidad del futuro de los sistemas de transporte aéreo. No tanto a causa de la pandemia actual, cuanto del cambio climático y la evolución del petróleo.

Para acabar de completar el cúmulo de incertidumbres sobre la movilidad, está también la imprevisibilidad del futuro de los sistemas de transporte aéreo. No tanto a causa de la pandemia actual, cuanto del cambio climático y la evolución del petróleo.

 

Un factor de posible crecimiento de la población estudiantil en las universidades españolas podría probablemente darse por un mayor acceso a los estudios de máster. El gráfico siguiente muestra que este nivel de estudios está en fase de crecimiento, y nada hace pensar que esta tendencia vaya a truncarse a corto plazo, puesto que la población en general los percibe como necesarios o, al menos, muy convenientes para una buena inserción laboral, y la tendencia reciente observada es hacia la reducción de sus precios de matrícula.

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del SIIU.

Finalmente, otro elemento que puede resultar en un incremento de estudiantes en las universidades españolas es la aparición de nuevos tipos de estudios. Todo apunta a una proliferación de titulaciones cortas desde que la Conferencia ministerial del EEES de 2019 lanzó el Comunicado de París, en el que, de facto, abre la puerta a un 4º nivel de estudios universitarios: un ciclo corto, típicamente de entre 90 y 120 ECTS. Simultáneamente, se están comenzando a implantar cursos y estudios breves de formación profesional en universidades, y el Anteproyecto de Ley Orgánica Ordenación e Integración de la Formación Profesional, actualmente en trámite, prevé la colaboración de las universidades en este tipo de formación.

 

Sin embargo, todas estas previsiones están fuertemente supeditadas al menos a dos factores que las condicionarán de manera muy relevante: las políticas universitarias y los costes de oportunidad.

Las políticas universitarias de los gobiernos central y autonómicos en cuanto a financiación universitaria, precios de matrícula, becas y ayudas al estudio directas e indirectas pueden modificar substancialmente tanto la oferta como la demanda de estudios universitarios.

 

La financiación condiciona directamente la oferta, que en estos momentos difiere de forma notable entre las distintas comunidades autónomas: la financiación pública por estudiante varió en 2015 entre los 5.406 € de Extremadura y los 10.301 € del País Vasco. En relación con el PIB, las diferencias fueron entre el 1,08 % de la Com. Valenciana y el 0,31 % de Balears. Para más detalles, puede consultarse el informe ¿Quién financia la universidad? Comparación entre comunidades autónomas en España, Europa y la OCDE, 2009-2015, Observatorio del Sistema Universitario, 2017.

 

Por su parte, los precios de matrícula, las becas y las ayudas directas e indirectas condicionan la demanda de estudios universitarios. Los precios, aunque de forma limitada, están actualmente tendiendo a bajar en casi todas las comunidades autónomas y, muy especialmente, en las que presentaban precios más elevados (este extremo puede seguirse aquí: Precios públicos de matrícula en España y Europa: evolución, comparaciones y previsiones, Observatorio del Sistema Universitario). En cuanto a las becas, si bien es cierto que la situación está mejorando, España presenta índices bajos en comparación con el resto de países europeos, tanto en lo que se refiere al número de estudiantes que las reciben como, muy acusadamente, a su importe, pues aquí no existen becas-salario ni consta que existan planes para introducirlas. Mención aparte merecen las ayudas indirectas, tales como desgravaciones fiscales, subsidios, comedores a precios subvencionados (en muchos países Europeos se puede comer más que dignamente en comedores universitarios por entre 1 y 3 euros), residencias universitarias subvencionadas, gratuidad del transporte público, etc. Este tipo de ayudas son inexistentes en España, pero frecuentes en la mayoría de países europeos. A este respecto, la situación comparativa con el resto de países y regiones de Europa puede consultarse en los informes de la Comisión Europea/EACEA/Eurydice, National Student Fee and Support Systems in European Higher Education.

Los precios, aunque de forma limitada, están actualmente tendiendo a bajar en casi todas las comunidades autónomas y, muy especialmente, en las que presentaban precios más elevados.

 

En cuanto a los costes de oportunidad, hemos observado que, desde principios de siglo, la demanda de estudios universitarios ha variado visiblemente en función de la coyuntura económica. En los momentos de bonanza, cuando es más factible para una persona joven encontrar un trabajo más o menos bien remunerado, el coste de oportunidad de seguir estudiando se eleva, y una parte de la población opta por trabajar en vez de estudiar para poder ayudar a su familia o para poder independizarse. En cambio, en situaciones de crisis económica, con tasas altas de paro y de trabajo precario –especialmente entre la población joven–, el coste de oportunidad baja y se percibe el estudio no sólo como una alternativa factible sino también como una posibilidad de escapar de una situación personal desfavorable. Más allá de su pertinaz y estructural existencia periódica, los ciclos económicos no son fáciles de predecir. En consecuencia, tampoco lo puede ser la evolución de la matrícula universitaria, aun teniendo en cuenta los otros muchos factores que la influyen y que hemos procurado analizar.

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